martes, 4 de agosto de 2015

EL SÍNDROME DEL HIJO MAYOR


Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos!  ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!” Hijo mío —le dijo su padre—, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.  Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado.” (Lucas 15:28-32 NVI)



La actitud que tiene en la historia el hijo mayor ante el regreso y la fiesta que se celebra en honor a su hermano se asemejan a las reacciones que podemos tener como cristianos frente al regreso de un hermano que estaba extraviado o la llegaba de una persona nueva. Muchas veces “los hijos mayores”, es decir aquellos que ya están hace tiempo en la “casa” (iglesia) muestran celos, enojo y hasta bronca frente al cuidado que se le presta al nuevo. Lamentablemente hasta se lo considera como un intruso que viene a acaparar la atención o a disfrutar de beneficios de los que ya están hace tiempo en la “casa”.  En vez de celebrar que el pecador se ha arrepentido y unirse a la fiesta se actúa con indiferencia y muchas veces se busca por medio de la murmuración hasta desestimar o poner en duda las intenciones y el cambio que está teniendo el “hijo menor”. Cuidémonos de no caer en el “síndrome del hijo mayor” tomando conciencia que nuestra tarea como iglesia es rescatar al perdido. ¡Seamos parte de la fiesta porque es allí donde debemos estar y en donde está Dios!

Gabriel Fischer

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