“Se
levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la sujetó a la
cintura; luego puso agua en un recipiente y comenzó a
lavar los pies de los discípulos, para luego secárselos con la toalla que
llevaba en la cintura” (Juan 13:4-5 RVC)
Si hoy convocaríamos a un lavado de pies
en la iglesia creo que sería muy diferente a la realidad del contexto bíblico.
Cada persona seguramente vendría con sus pies limpios, con medias en
condiciones (sin agujeros) y con talco para no emitir ningún olor. Pero en la
época de Jesús el lavado de pies tenía que ver con una práctica que realizaba
el siervo más humilde de la casa, que consistía en prestar un servicio al visitante.
Los caminos polvorientos, la escasez de medios de transporte, el calzado, el
sudor, y hasta algún desecho de algún
animal generaban pies con muchas suciedad y olor, que seguramente no hacían de
la experiencia de lavado de pies algo placentero. Jesús a través de este
ejemplo quiso mostrar la actitud de servicio que tenemos que tener como
cristianos. Somos llamados a servir y no ser servidos; somos llamados a dar y
no a esperar recibir. No debemos buscar el aplauso y reconocimiento, ni tampoco
esperar ser llamados con grandes nombres. Somos llamados a servir, aunque esto muchas
veces implique entrega, sacrificio y lágrimas.
Somos llamados a entrar en contacto con “pies sucios”, que transitaron caminos
incorrectos y que necesitan encontrarse con la compasión y gracia de Dios.
Gabriel Fischer
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