Indignado,
el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo
hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin
desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una
fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo
tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su
honor el ternero más gordo!” Hijo mío —le dijo su padre—, tú siempre estás
conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y
alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la
vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado.” (Lucas 15:28-32 NVI)
La actitud que tiene en la historia el
hijo mayor ante el regreso y la fiesta que se celebra en honor a su hermano se
asemejan a las reacciones que podemos tener como cristianos frente al regreso
de un hermano que estaba extraviado o la llegaba de una persona nueva. Muchas
veces “los hijos mayores”, es decir aquellos que ya están hace tiempo en la
“casa” (iglesia) muestran celos, enojo y hasta bronca frente al cuidado que se
le presta al nuevo. Lamentablemente hasta se lo considera como un intruso que
viene a acaparar la atención o a disfrutar de beneficios de los que ya están
hace tiempo en la “casa”. En vez de
celebrar que el pecador se ha arrepentido y unirse a la fiesta se actúa con
indiferencia y muchas veces se busca por medio de la murmuración hasta
desestimar o poner en duda las intenciones y el cambio que está teniendo el
“hijo menor”. Cuidémonos de no caer en el “síndrome del hijo mayor” tomando
conciencia que nuestra tarea como iglesia es rescatar al perdido. ¡Seamos parte
de la fiesta porque es allí donde debemos estar y en donde está Dios!
Gabriel Fischer
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