En una oportunidad, luego de
haber finalizado su mensaje, una mujer se acerca a su pastor y le dice:
-
Me molesta su corbata. Usted me ofende con esa
corbata tan larga.
El pastor le
responde:
-
Señora, discúlpeme. Enseguida lo resolvemos. Entonces
pidió una tijera, se la entregó a la mujer, y le dijo:
-
Corte la corbata, para que tenga un largo que no
le moleste. Y la mujer la cortó. Luego, tomando la tijera, el pastor declaró:
-
Muy bien, usted cortó lo que le molestaba. Ahora
le digo lo que a mí me molesta: su lengua, señora.
Muchas veces ponemos la atención en ciertas cosas y nos
olvidamos del valor que tienen nuestras palabras. Que importante es que
utilicemos nuestra lengua para bendecir, construir, ayudar al otro y no para
maldecir y derribar.
No caigamos en el chisme, la murmuración, comentarios fuera
de lugar, palabras vanas, la crítica destructiva (a espaldas del otro), a hacer
de las quejas un hábito, a prestar oídos a cosas que dañan nuestra vida y terminan
influyéndonos para también hacer mal uso de nuestra lengua.
Somos llamados como hijos de Dios a ser ejemplos a través de
nuestras palabras, a generar un ambiente de bendición por medio de lo que
decimos.
“Dios el Señor me ha
dado una lengua de sabios, para saber cómo consolar a los cansados. Todas las
mañanas despierta mis oídos para que escuche como los sabios” (Isaías 54:4)
Gabriel Fischer
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